sobre su tablero de damas de días y noches;
aquí y allá mueve, conquista y mata,
y uno por uno devuelve a su caja.
El dedo que se mueve, escribe; y una vez ha escrito,
sigue moviéndose: ni toda tu piedad ni tu genio
pueden obligarle a corregir una sola línea,
ni todas las lágrimas a borrar una sola palabra.
Y a ese cuenco invertido al que llamamos cielo,
bajo cuya esfera nos arrastramos, vivimos y morimos,
no alcéis las manos pidiéndole ayuda,
ya que avanza tan impotente como cualquiera de nosotros.

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